LA CENA

LA CENA

Sobre la mesa había una autentica naturaleza muerta: pescaditos cocidos en totomoste, frijol refrito, requesón y queso en hojas de almendro; carne, ubre o tripa de leche asados en bladuyu; chicharrones a años luz de saberse de los daños del colesterol; chorizo y mantequilla, pescados horneados, rojos camarones y jaibas y un largo etcétera sabroso.

Una familia completa de huachos y memelas esperaban turno para echarse en los pocillos de café caliente. Los totopos estaban listos para ser tronados, embarrados de requesón, frijol o mantequilla; o empapados de café, chilepastor o simple agua.

En un plato se veían, como sonrisas plenas, rebanadas de jitomates y cebollas besando el jugo de limón, sal y chile.

El olor de la jaiba rimaba bien con la del chorizo; la blancura del queso y la mantequilla contrastaba con la negrura del frijol. Catrín se veía al chile verde en el queso fresco y requesón, o nadando en el chilepastor, en tanto que el chileancho ruborizaba al queso oreado.

Sentados en bancos en torno de una mesita rustica, la plebe de chamacos se porraceaban con el salado. Gritaban cuando uno de ellos lo comía bola-bola o puño-puño. Se insultaban si alguien chasqueaba la boca.

-¡Pareces marrano! –le decían.

-¡Y tú, perro! –reviraba el ofendido.

Debajo de la mesa tiernos y discretos maullidos de gatos rasgaban la paciencia de un hambre antisolemne. Los perros a un lado estaban atentos de las sobras que les arrojaban.

-¡Ya acabe! –gritaba uno a uno los chamacos, levantándose.

-¡Ya te oí! –le respondía la madre ocupada como estaba en amamantar a su crío.

Y la noche daba el nombre de cena a todo aquel cuadro.[1]

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[1] Henestrosa Zárate Juan. “Adiós Café” Historias minúsculas de Ixhuatán. Págs. 56, 57.